La paradoja es que así aumentan su exposición a los efectos del cambio climático, como inundaciones y aumento de temperaturas, además de ahuyentar sin querer a moluscos y peces que son fundamentales para el ingreso de esos hogares. Esto ocurre ante el silencio de las autoridades estatales que por décadas han dejado sin solución a familias como la del pescador Fredy Reyes y su esposa Claudia.

Es la una de la madrugada del 10 de julio de 2025 y la alarma suena en el celular de Claudia Azúcar de Reyes, una mujer de piel morena manchada por el sol. Son cicatrices de los años de trabajo para sobrevivir en las vísceras de los manglares del Estero Jaltepeque, en San Luis La Herradura, en la zona costera central de El Salvador.
Junto al sonido de la alarma se escucha un reclamo. De nuevo la rutina de sobrevivencia de preparar los huacales con conchas y jaibas, correr al mercado y cruzar los dedos para vender bien el producto en la primera venta, la que sale a las 2 de madrugada a la capital. El chirrido vuelve vuelve cinco minutos después y le recuerda que no hay derecho a dormir, que debe despertar y volver a lo de siempre. Su condición de pobreza la empuja a salir de la cama y poner los pies en el piso frío de tierra.
Esa tierra que ella pisa nunca debió existir, porque años atrás todo esto era agua salobre, un territorio que le pertenecía al manglar, pero la precariedad y la falta de alternativas por parte del Estado salvadoreño la obligaron a talar junto a su esposo e hijos para poder tener un pedazo de terreno donde construir sus casas.
Esa es la realidad que por décadas han vivido decenas de familias de San Luis La Herradura, distrito de la Paz Centro. Ellos se han tenido que comer parte del manglar, el bosque salado del Estero Jaltepeque que, paradójicamente, necesitan para evitar las inundaciones o para alojar todos los peces o moluscos que ahora escasean.
San Luis La Herradura es un distrito donde sus habitantes viven principalmente de la pesca que les permite el estero Jaltepeque. Sin embargo, han sido las mismas familias que poco a poco le han ido cerrando la puerta a esa fuente de subsistencia, hasta el punto de decir que el manglar “ya no les quiere dar de comer”.
Este pueblo tiene una calle principal de la cual se separan decenas de callejones, unos más angostos que otros porque se han ido adaptando al avance que las familias han hecho al interior del manglar. Estos callejones serpentean frente a casas humildes, cuyos dueños a diario tienen que buscar en el Estero de Jaltepeque la forma de sobrevivir de la pesca artesanal.
Imágenes de Google Earth muestran cómo en la última década (2014 a 2024) se perdió parte del bosque salado del Estero Jaltepeque, considerado el segundo más importante de El Salvador y que también ha sido declarado sitio Ramsar por el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales de El Salvador (MARN), junto a otros como La Bahía de la Unión, La Bahía de Jiquilisco, La Barra de Santiago.
Los sitios Ramsar son humedales como ríos, lagos, manglares, pantanos, que al ser declarados así por un país adquieren mayor importancia a nivel nacional e internacional y el Estado al que pertenece se compromete a protegerlo. El nombre Ramsar surge de la ciudad Iraní donde se firmó la primera convención sobre humedales en 1971.


Los manglares son ecosistemas costeros que crecen entre la frontera de la tierra firme con el mar. Según el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales de El Salvador, estos bosques poseen esteros y canales, barras de arena y playas, e islas que tienen una gran importancia ecosistémica. En ellos se alberga una gran cantidad de biodiversidad y especies valiosas para el sustento de las familias cercanas.
Además, contribuyen al control de inundaciones, la depuración y almacenamiento de aguas, producción pesquera, recarga de acuíferos y el control del dióxido de carbono, así como la regulación climática, la protección y estabilización de la línea de costa. También son una barrera natural para la protección de las comunidades que viven en la zona ante huracanes o depresiones tropicales.
De acuerdo con el Servicio de Información de Sitios Ramsar, en el estero Jaltepeque encontramos, o deberíamos encontrar, diferentes ecosistemas con alta diversidad de especies vegetales, incluyendo algunas que están en amenazas a nivel mundial como el madresal, el cedro y la caoba. Estas son parte de las especies que Claudia y su esposo han tenido que talar.
Este bosque salado es, o debería ser, el hábitat para 284 especies de aves, incluyendo al loro nuca amarilla, el playero canuto y la aguililla negra mayor, entre otros. En el sitio se encuentran, o se encontraban, 96 especies de peces, 44 de mamíferos terrestres, al menos 8 de anfibios y 26 de reptiles incluyendo especies vulnerables incluidas en la lista roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), como el tiburón martillo, el tiburón coyotito, la tortuga golfina y la tortuga laud.
“Estos ecosistemas salados son clave porque son barreras vivas que tienen una importancia en el territorio por sus servicios ecosistémicos y, sobre todo, porque se vuelven territorios que generan la seguridad y soberanía alimentaria, especialmente de las organizaciones, de las comunidades que están en la zona costera”, explicó Miguel Urbina, coordinador de Procesos de Sustentabilidad de la Unidad Nacional Ecológica de El Salvador (UNES).
Por esta razón la destrucción del manglar para construir viviendas, según Urbina , aumenta la exposición a los efectos del cambio climático, al tiempo que los empeora. Claudia Azúcar ha escuchado algo sobre eso, comprende que se refiere a la alteración a largo plazo de las temperaturas y los patrones climáticos, como lo define a grandes rasgos la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Lo que sucede en el manglar del Jaltepeque de San Luis La Herradura, en El Salvador, no es la excepción. Fredy Reyes, uno de los muchos pescadores y padre de familia del callejón llamado El Coco, en el centro de la comunidad narró cómo hicieron para poseer terreno donde antes había un manglar. “Nosotros nos arriesgamos porque sabemos que los terrenos en el manglar son nacionales, son del gobierno. Y nos arriesgamos a eso, porque la misma necesidad nos hace esto. De esta manera ha hecho casi toda la población de La Herradura. Es un esfuerzo grande, porque nosotros tratamos de limpiar un pedacito. Luego, buscar lanchas o cayucos grandes para ir a traer este material de tierra para traerlo al lugar donde nosotros queremos rellenar. Y así, de esa manera, se va construyendo el bordito y ya cuando tenemos el desierto se comienza a construir”, agregó Reyes.

Talar el manglar también es una práctica que, según ambientalistas, provoca daños en la biodiversidad de la zona, y hace que cada vez sea más difícil sobrevivir de la pesca artesanal o la extracción de moluscos como jaibas, conchas y cangrejos, como años atrás sí lo hacían.
“No es como antes, que en un momentito uno iba y estaba la bendición, En cualquiera de los productos que había, tanto de curil como jaiba, como pescado, como camarón, era más fácil agarrarlo, o pescar en aquellos tiempos. Ahora es bastante difícil, se dificulta bastante para poder traer el sustento para nuestra familia”, expresó Reyes.
Otro efecto del cambio climático que más resienten los pescadores y las familias que viven en la zona en los últimos años es el aumento de la temperatura, lo que dificulta aún más cumplir con las jornadas de trabajo.
“Las temperaturas son más fuertes, son más fuertes. Porque nosotros sabemos y nos movilizamos tanto tiempo a trabajar acá y estamos entendiendo cómo está el clima. Y en estos últimos tiempos el calor es fatigante. Demasiado, diría yo, ¿verdad? Uno tiene que andar envuelto, tapado, porque padece el sol. El tiempo en estos últimos tiempos ha cambiado bastante. y el calor es bastante fatigoso en estos tiempos”, dijo Fredy Reyes.
De acuerdo con una publicación del periodico Diario El Mundo, en El Salvador hubo en el último año 113 días de calor extremo. El artículo agrega que según la organización Atribución Meteorológica Mundial (WWA), la temperatura del país ha variado en 0.9 grados Celsius en los últimos 30 años.
A finales de mayo e inicios de junio de este año, El Salvador sufrió un fenómeno conocido como mareas vivas, es decir que el agua del mar ingresó a tierra dulce en varias partes de la zona costera del país. Ese fenómeno hizo que las aguas del estero Jaltepeque también llegaran a las viviendas que están a la orilla del manglar en San Luis La Herradura. Los vecinos expresaron que esta vez la llena fue mayor que en otros años, sin embargo esto puede obedecer también a una mayor cercanía de las casas que han construido en los bordes del estero.
Al ver cómo el agua del estero llega hasta sus hogares, los habitantes dijeron que son conscientes de que también es parte de lo debilitado que se encuentra el manglar, debido a la tala que durante décadas muchas familias han hecho en este bosque salado.
Ambientalistas de Organizaciones no gubernamentales que por años han trabajado en el cuido y protección de los manglares, coinciden en el impacto que tiene talar el manglar y cómo esto provoca que los efectos del cambio climático sean más notorios en los habitantes de lugares que hasta hace poco eran manglares.
“Los manglares son como la primera barrera viva en el territorio que protege a estas comunidades. Entonces, prácticas que impacten en estos ecosistemas, como la tala de árboles en la zona de manglar, la expansión de la agricultura y la ganadería, eso influye en la pérdida no sólo del manglar, sino que también de los ecosistemas, es decir, del punche, del camarón, del pescado. Entonces, esas son prácticas que se unen a esta crisis climática”, agregó Miguel Urbina, de la UNES.
Similar es la opinión del doctor Ricardo Navarro, presidente de la Organización no Gubernamental Centro Salvadoreño de Tecnología Apropiada (CESTA). “El manglar es rico para la proliferación de especies. Ahí encuentra usted los camarones, los cangrejos y todos van a dar sus larvas, bueno, hasta lagartos hay a veces ahí. Entonces, ese manglar es muy rico para eso, ahí se reproducen especies que después van al mar. Muchas veces en el mar la pesca va bajando, pero por la destrucción del mangle en buena parte, ciertamente.”.
La práctica de talar el manglar ha tenido un impacto negativo en las últimas siete décadas en El Salvador. Eso, sumado a otros factores del cambio climático, han provocado pérdidas de estos bosques salados que hasta el momento no han podido ser recuperados y más bien se reducen cada año .
De acuerdo con la Dirección General de Ecosistemas y Biodiversidad, del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales de El Salvador, de 1950 al 2013 se ha perdido un 60% del bosque salado, pasando de 100 mil hectáreas de manglar a un aproximado de 40 mil hectáreas. Por año se estarían perdiendo mil hectáreas de manglar, incluyendo la zona del estero Jaltepeque, y los factores que más influyen en esta pérdidas son la presión por los asentamientos humanos, la agricultura, ganadería, tala de manglares, quema y sedimentos, según estudios gubernamentales hechos desde 2013.
“Dado que el estero de Jaltepeque es el segundo sitio de bosque salado más grande del país, es muy probable que en él también se haya reflejado parte de esa pérdida. Analizando imágenes satelitales del periodo desde 1997 al 2025 reportó un deterioro de la zona de manglar en el estero”, se lee en la respuesta obtenida vía Oficina de Acceso a la Información Pública del MARN, al consultarle cuál es la extensión de manglar que se ha perdido en la zona durante la última década.

El Servicio de Información de Sitios Ramsar reconoce que el estero Jaltepeque es una fuente de vida a través de la pesca artesanal para las familias que residen en la zona, pero también señala cuáles son las principales amenazas de la actividad humana en este territorio. “Entre las principales amenazas se encuentran la deforestación para agricultura y ganadería, caza ilegal y la contaminación de las aguas por vertidos de aguas residuales domésticas y actividades industriales y agrícolas”, se lee en el sitio web de esta organización.
Para Miguel Urbina, de la UNES, la presencia de asentamientos humanos donde antes era manglar es más complejo de lo que parece. “Estas comunidades se albergan ahí por diferentes factores. Uno de los factores puede ser la escasa tenencia de la tierra. Otro porque estos manglares también les ofrecen seguridad y soberanía alimentaria en el territorio. Otra de las razones porque se ubican también en esos espacios es porque también es una propiedad ancestral. Eso creo que es muy importante porque sus familiares, sus antepasados también han venido heredando ese territorio”, agregó el ambientalista.
Saúl Reyes es otro pescador de la zona. Él también narró cómo se ha ido poblando el manglar del estero y cómo durante el paso de los años las personas no solo han talado el manglar para tener un terreno donde construir sus viviendas, sino que también fue una importante fuente de ingreso al extraer madera para venderla.
Saúl asegura que a finales de los 90 era común sacar botes llenos de madera para luego comercializarla, aunque eso les implicaba exponerse a una sanción de parte de los guardabosques. Él, como otros pescadores de San Luis La Herradura, coincide en que la necesidad les obligó a realizar esta práctica que también deforestó el manglar.
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“El manglar ya no quiere dar de comer”

Tres horas después de Claudia Azúcar es su esposo, Fredy, quien también batalla contra el despertador. Son las cuatro de la madrugada, y Fredy se da por vencido. Él sabe que debe preparar la carnada, las canastas, un lumpen (canasta unida a una vara grande) y su alimento. Ha llegado la hora de repetir la jornada de los últimos cuarenta años; surcar las cañones del estero de Jaltepeque y esperar que el manglar esta vez sea generoso con ellos y les dé producto para venderlo y poder comer.
Tras casi una hora de preparativos, Fredy sube a su pequeño bote azul de madera y resina lleno de cicatrices por las reparaciones con el paso de los años. Le coloca el motor y comienza, ruidoso, una nueva travesía hacia el corazón del manglar al que familias de San Luis La Herradura, desde hace décadas, van quitando fuerza por necesidad.
Mientras nos alejamos, los primeros rayos del sol permiten ver la tierra que ellos han llevado a donde antes era agua salobre cubierta de manglares.
“Nosotros estamos muy conscientes de que la necesidad, verdad, nos ha llevado a hacer esto. Estamos conscientes que no es bueno deforestar los árboles (de manglar). Pero es la necesidad que uno tenía para vivir, porque no tenía los recursos para comprar un terreno en tierra ya dulce”, dice Fredy Reyes.
El viaje dura una hora hasta la zona conocida como El Conchalillo, donde lanzará las canastas y las dejará por unos minutos mientras las jaibas atraídas por la carnada quedan atrapadas. La idea es obtener la cantidad necesaria para lograr una buena ganancia con la venta del producto.
Para llegar a ese lugar, Fredy tiene que pasar frente a las zonas más exclusivas del estero, un área turística donde vacacionan familias pudientes de El Salvador, donde tienen enormes ranchos junto a varios hoteles y yates muy diferentes al bote azul en que nos transportamos.
El contraste entre ricos y pobres es evidente, pero tienen algo en común: ambos destruyen el manglar. En el caso de las familias adineradas por satisfacer un lujo y a veces con la complicidad del Estado que brinda permisos para que puedan construir, mientras que las familias pobres por falta de dinero comprar “un terreno en tierra dulce”.
Para esa jornada de pesca, la esposa de Fredy un día antes compró $3 en pescado para carnada más $4 en la gasolina y $3 en alimentos. En total son $10 los que se requieren para ir en busca de producto para vender al día siguiente, pero la mañana del 10 de julio no pintaba nada bien. Con el paso de las horas la expectativa de atrapar jaibas o sacar conchas cada vez era menor. Después de casi cinco horas de pesca bajo el fuerte sol, Fredy decide que es hora de regresar.
“Este no ha sido un buen día. A veces nos toca ir más lejos, pero hay que gastar más gasolina”, lamenta Fredy. En su rostro se nota la desazón por no recuperar ni siquiera lo invertido. Solo fueron seis libras las que logró atrapar, producto que generará un máximo de $8.00 porque la libra se paga a menos de $1.40.
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La situación de Claudia y Fredy es solo una parte en el rompecabezas de las muchas historias en el distrito de San Luis La Herradura, de familias en situación de pobreza que siguen dañando el bosque salado y se exponen cada vez más a los efectos del cambio climático. Muestra de eso es la dificultad para obtener productos del manglar y sobrevivir al aumento de la temperatura y las inundaciones.
Todo ocurre ante el silencio de las autoridades estatales que por décadas no han dado una respuesta a estas familias para ayudarlas a tener un terreno y una vivienda digna. Al contrario, lo que han hecho es otorgar permisos para levantar hoteles o ranchos.
Para el doctor Ricardo Navarro, de CESTA, tanto el rico como el pobre están dañando esta parte del bosque salado de El Salvador, pero se debe considerar el motivo por el cuál cada uno de esos segmento poblacionales lo hacen.
“La extrema riqueza es dañina para el ambiente, la extrema pobreza es dañina para el ambiente. Pero, ¿quién es responsable de que haya extrema riqueza y extrema pobreza? El sistema económico. ¿Y por qué hay ese sistema? Es que en ese sistema, la gente rica destruye bastante y la gente pobre, en su pobreza, se ve obligada también a destruir. ¿Pero quién es responsable? El sistema. En esa relación, ¿podríamos decir que las personas pobres o que viven en extrema pobreza son inconscientes del daño que se están causando a ellos mismos? Claro ¿Y el rico sí es consciente del daño que causan? Pues mire, la conciencia habría que verla quizás más particularmente. Hay personas conscientes, pero ¿cuál es el problema? Que el rico está motivado principalmente es aumentar su riqueza. El pobre se ve obligado”, aseguró Navarro.
Para la elaboración de este reportaje se buscó la opinión del Ministro de Medio Ambiente y Recursos Naturales de El Salvador, Fernando López, pero hasta el cierre de este artículo no hubo respuesta a la petición.
La Oficina de Información y Respuesta del MARN mediante un documento dijo que en la zona se han realizado acciones para proteger este bosque salado, entre las que incluyen declarar como zonas protegidas unas 11 mil hectáreas de manglar.
“Durante la última década, especialmente desde 2021, se han desarrollado numerosos esfuerzos de restauración en Jaltepeque: En 2021-2022, el MARN y el Fondo de Inversión Ambiental de El Salvador (FIAES), con apoyo de otras instituciones, comenzó un proyecto para restaurar 28 kilómetros de canales de manglar y proteger 2,500 hectáreas. Además de instalar obras de prevención de incendios, conservación de suelos y reforestación en 60 hectáreas”, contestó el MARN.
En contradicción a estas iniciativas, el Ministerio ha otorgado en los últimos años hasta setenta y nueve permisos para construir diferentes proyectos como ranchos turísticos, hoteles, o empresas, y solo cuatro para que en la zona se puedan vender terrenos aptos para construir viviendas para población local.
También se buscó la opinión del alcalde del municipio de La Paz Centro, al cual pertenece el distrito de San Luis La Herradura, para conocer su versión sobre la práctica que las familias que construyen su terreno en medio del manglar, pero no hubo respuesta.